sábado, 11 de septiembre de 2021
La buena pipa
Anodina y sempiterno: curiosamente escuché estas dos palabras varias veces esta semana, divorciadas y en contextos distintos, pero por algún motivo mi cerebro las maridó y su simpática sonoridad, al comienzo me resultó graciosa, pero su repetitiva insistencia,, ya vacías de significado y de sentido, comenzó a molestarme y a preocuparme, cómo si no fueran a irse nunca de mis pensamientos...las sentía cada vez más estúpidas y sin final, infantilmente cargosas... como el cuento de la buena pipa.
domingo, 9 de mayo de 2021
Cómo llegué hasta acá" Historias arriba de mi auto
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"Cómo llegué hasta acá" Historias arriba de mi auto, es un Podcast de relatos sobre viajes realizados con las aplicaciones Uber, Cabify y otras. Buenos Aires te da sorpresas!
jueves, 28 de mayo de 2020
Oliverio Brausen ataca de nuevo
Ácido. Contradictorio. Evasivo. Oliverio Brausen ataca de nuevo. En junio, en plena cuarentena, no habrá tapaboca que lo calle.
Me prometió un mano a mano, un diálogo con la distancia social recomendada por la O.M.S, pero a fondo, sin evasivas y con la seriedad, dudosa, que lo caracteriza.
Me prometió un mano a mano, un diálogo con la distancia social recomendada por la O.M.S, pero a fondo, sin evasivas y con la seriedad, dudosa, que lo caracteriza.
domingo, 8 de octubre de 2017
Bares 6
Porque la lógica dicta que la vida de
un hombre debe regirse por destinos o
metas a las que hay que llegar. Y mi meta -me doy cuenta ahora- es
sencillamente ir, sin importarme demasiado si llegaré o no; sin pensar
demasiado si el camino que tomé es el correcto, el que me llevará menos tiempo
recorrer para alcanzar ese destino, o no.
Este descubrimiento, aparentemente
insignificante, me ha hecho tomar conciencia de que esa inclinación a
desorientarme, a perder tiempo dando vueltas hasta llegar por casualidad; a no
prestar atención al camino y no tomar referencias correctas para cuando
necesite volver a transitarlo; todo esto que descubrí, que en el fondo me causa
mucho placer, trasladado al plano de mis metas como hombre, son la misma cosa.
Vale decir que mi vida fue y es un continuo
deambular por calles desconocidas, por lugares casi siempre nuevos; porque
aunque ya los haya transitado alguna vez yo ya no los recuerdo.
Siento que sigo dando vueltas por la vida,
perdiéndome en calles arboladas y que no hago nada por detenerme y analizar si
son esas las calles que debería tomar para llegar donde quiero llegar.
Quiero
aclarar que cuando hablo de perderme no hablo metafóricamente, no: me pierdo
por las calles de esta ciudad todos los días. Me pierdo a la vuelta de mi casa
si me pintan un frente o sacan un árbol. Confundo una esquina y doblo
convencido de que es la calle de tu casa y
camino tres cuadras diciéndome debe
ser en la próxima, cuando sé porque ya he ido, que era a veinte metros de
la esquina, si esa hubiera sido la esquina correcta. Y lo más llamativo es que
no me preocupa. Al contrario, como decía antes, me causa placer.
Creo que lo que dije líneas arriba es para
justificar mi incapacidad de ajustarme a ciertas normas debido a mi naturaleza
indisciplinada, inútil para generar y respetar
planificación alguna. Inepta para seguir una ruta predeterminada que se
proponga llegar a un punto concreto. O simplemente para comprender que para
llegar a cualquier lugar que se desee llegar, se debe dar un paso detrás de
otro, en el sentido correcto, en el momento justo. O al menos lo más correcto y
lo más justo que se pueda.
Tal
vez debería intentar ser más pulcro, oler mejor, estructurar mi conducta a lo
correcto, a lo que se debe hacer y no a lo que se quiere hacer. Tal vez debería preguntarme seriamente
sobre a dónde conduce el camino de mi vida e intentar hallar una respuesta. Tal
vez.
viernes, 6 de octubre de 2017
Bares 5
Recién entró una mujer a pedir limosna y
no le di; sin mirarla a los ojos negué con la cabeza mientras escribo.
Ahora uno de los empleados la saca de un
brazo fuera del local. Alguien, que parece ser el gerente o algo por el estilo,
pronuncia un nombre de varón y el muchacho desgarbado que echó a la vieja acude
sumiso. Oigo que pide disculpas a su superior, está siendo reprendido por su
descuido: permitir que la mujer llegue a una mesa a pedir una moneda e
incomodar a un cliente.
Tuve la oportunidad de dar aunque sea una
moneda. ¿Está bien que niegue indiferente una moneda? ¿Está bien que una pobre
vieja deba verse obligada a pedir limosna, sea por el motivo que fuere? ¿Hay
derecho a echarla así, a los empujones disimulados? No sé, mejor me voy.
Al salir me conmovió mi ausencia vista
desde afuera.
Ver el sitio vacío donde hacía unos
segundos había estado sentado; esa soledad, ese despojo, los restos de mi café,
las monedas sobre la mesa, exiliadas del calor de mi bolsillo y algo de mí
flotando alrededor, apenas perceptible, pero formidablemente parecido a mí,
algo que sufría por mi partida.
Ver mi sitio vacío solo segundos después de
haberlo dejado, verlo a través del vidrio, con la madrugada fría sobre mis
espaldas y el sabor a café en la boca; yo ya no estaba allí y si fuera otro
hombre, pensé, si hubiera pasado unos
segundos antes, siendo otro hombre y mirara hacia adentro en ese instante, me
hubiera visto al calor de una taza de café, pensando mi desconcierto, inmerso
en el humo de un cigarrillo.
También me hubiera gustado verme caminar
esa madrugada desde adentro, con las manos en los bolsillos de la campera,
pensando en mi ausencia vista desde afuera, como quien piensa en un ser querido
a la distancia.
De alguna manera sigo estando allí, pensé,
tomando un café interminable, fumándome una esquina de Buenos Aires que se
multiplica hasta el infinito, pero al mismo tiempo soy el que camina buscando
un lugar donde encontrarse; el que camina mirando a través del vidrio sufriendo
por su propia ausencia. Me alegro de que mi ausencia se parezca tanto a mí.
Era la hora en que los gatos husmean
libremente las bolsas de basura y esos seres sombríos nos apoderamos de las
calles solitarias aprovechando la ausencia de las miles de piernas de los oficinistas que horas más tarde,
invadirán ese territorio ahora desierto. La ciudad vacía es otra ciudad, pensé
al mirar hacia delante y ver ante mis ojos la desolación húmeda de Buenos Aires
a las tres de la mañana.
miércoles, 4 de octubre de 2017
Bares 4
Hace frío, tengo hambre, estoy solo. Soy un ser bastante insignificante, sucio, y feo, no merezco tu mirada ni tu compasión, ni siquiera tu indiferencia. Ensucio tu paisaje, lo sé, comprendo tu desprecio. Deberías alertar a las autoridades, porque los muchachos no recogieron la basura hoy.
Te cruzaste conmigo y busqué tus ojos. Te llevé
conmigo y te desnudé antes de que te dieras cuenta. Te vi desnuda sobre mi cama, hermosa morena
de piernas largas y piel sedosa. Tu sonrisa, tus labios, tus pechos erguidos,
la temperatura de tu cuerpo, esa
tibieza, tu humedad que me cobija. Tu media voz, la media luz, tus medias sobre
las mías. Y fui todo felicidad. Ya no sentí frío, no tuve hambre, solo tu
placer envuelto en el mío. Vos desnuda a mi lado, recorriendo mi cuerpo con tus
dedos de algodón, con tu lengua tibia, sedienta de mí. Sí, cuando te crucé y me
despreciaste, supe que me llevarías contigo.
Quiero
hablar de tu sonrisa, de tus ojos huidizos y reconfortantes, de tu voz, de tus
manos y de tu caminar…
Pero no
quiero hablar de tu partida o de la mía. No quiero hablar de tu olvido o del
mío.
Quiero
hablar para tenerte de nuevo; para hacerte cruzar otra vez en mi camino y ver
si puedo seguirte. A ver si puedo quedarme.
Libertad,
independencia, democracia, derechos humanos; las palabras cobran sentido solo
en el contorno de tu sonrisa; me libero en el vértigo de tu mirada audaz y
provocadora; mi independencia son tus caricias y mi democracia tu presencia.
Mis derechos humanos empiezan por tenerte.
Y más
allá, el vacío hostil y narcótico de la realidad: ese estado de cosas
incompresibles ante el que nos convertimos en extraños hasta para nosotros
mismos.
Bares 3
El tiempo corre veloz, o al menos esa es la
ilusión que me oprime y yo aquí, sin saber que quiero decir, sintiendo pasar
las horas, en este bar, con mi café y mis cigarrillos.
Un tipo cruza la calle, esquivando los
charcos y cubriéndose de la lluvia con un diario. De este lado de la calle una
mujer lo espera. Se juntan, se besan, entran, los veo de frente a los dos; se
sientan en una mesa delante de mí, él de espaldas, se sonríen, piden café. El tiempo, que todo lo transforma, o esa es
la ilusión que me oprime, corre veloz y yo sigo aquí, viendo gente sonreírse y
pedir café, y yo aquí, escribiéndolos y escribiéndome, intentando frenar las
horas, o al menos intentando liberarme de esta ilusión que me oprime. Moviendo
las piezas para sorprender al adversario o simplemente perdiendo el tiempo.
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