Estoy en un bar del centro, siendo parte de
esa multitud que espera y que como yo, tal vez sospecha que esto es un
infierno. Estoy tomando un café, fumando, solo.
La ciudad se despliega húmeda, con su densa
solidez de infierno gris. La muchedumbre se asemeja a un ejército. Pareciera
que marchan y que los une algún objetivo común, pero al mismo tiempo cierto
desconcierto. Alguna incertidumbre colectiva que los une y los separa a la vez.
Cumplo con mis cívicos deberes, valoro el
sistema democrático, conozco la ley de la oferta y la demanda. Sigamos nuestra
marcha, cantemos nuestros himnos, elijamos presidentes que nos guíen;
respetemos al caudillo; somos buenos, somos pragmáticos, cuidemos el bolsillo,
somos el mercado.