Cualquier bar del centro. Un buen libro, un café, los
cigarrillos. Suficiente para ausentarme de la madrugada y sus misterios, para
alejarme de la tarde y espantar sus nubes opresoras; suficiente para olvidar la
lluvia o para apagar el sol por un ratito.
Cualquier bar del centro, un buen libro, un café, los
cigarrillos, bastan para que nadie me encuentre, para no oír tus nudillos en la
puerta, ni ver tu nariz contra el vidrio. No es descortesía, no. Solo estás
viéndome lejos, muy lejos, no sé dónde.
Un buen libro, un café, los cigarrillos, en cualquier
bar, y que el mundo se venga abajo.
Y después, cuando la náusea asoma, cuando me veo
obligado a volver y ver estos rostros que invitan al vómito…entonces cede
sumiso su lugar, el libro al cuaderno y practico este vicio inútil: escribo;
comienza entonces la cacofónica birome a defecar signos; a vomitar lo que no
pueden digerir o entender mis ojos, mi piel, mi olfato…Y cuando ya no quiero
más café y el cenicero da asco repleto de colillas; cuando ya el libro
suspendido, dejado a un lado, durmió lo suficiente y cuando el cuaderno que,
burlón y heroico soportó las cosquillas de mi birome, lanza la primera
carcajada…asustado y herido corro a buscarte porque estoy desesperado, perdido,
recién llegado; y necesito un poco de consuelo para este regreso sin gloria a
este lugar desconocido.