domingo, 8 de octubre de 2017

Bares 6

   
    No hace mucho tiempo descubrí que el hecho de perderme me provoca cierto placer. Me refiero a no saber donde estoy; a querer ir  a un sitio y deambular desorientado sin saber hacia donde tengo que dirigirme realmente para llegar. A veces me pregunto si lo que me interesa seriamente es llegar o simplemente ir. Tal vez sea ir, lo que me llene. Pero entonces ¿dónde está el sentido?  Ahí es donde dudo de mi cordura.
    Porque la lógica dicta que la vida de un  hombre debe regirse por destinos o metas a las que hay que llegar. Y mi meta -me doy cuenta ahora- es sencillamente ir, sin importarme demasiado si llegaré o no; sin pensar demasiado si el camino que tomé es el correcto, el que me llevará menos tiempo recorrer para alcanzar ese destino, o no.
    Este descubrimiento, aparentemente insignificante, me ha hecho tomar conciencia de que esa inclinación a desorientarme, a perder tiempo dando vueltas hasta llegar por casualidad; a no prestar atención al camino y no tomar referencias correctas para cuando necesite volver a transitarlo; todo esto que descubrí, que en el fondo me causa mucho placer, trasladado al plano de mis metas como hombre, son la misma cosa.
    Vale decir que mi vida fue y es un continuo deambular por calles desconocidas, por lugares casi siempre nuevos; porque aunque ya los haya transitado alguna vez yo ya no los recuerdo.
     Siento que sigo dando vueltas por la vida, perdiéndome en calles arboladas y que no hago nada por detenerme y analizar si son esas las calles que debería tomar para llegar donde quiero llegar.
   Quiero aclarar que cuando hablo de perderme no hablo metafóricamente, no: me pierdo por las calles de esta ciudad todos los días. Me pierdo a la vuelta de mi casa si me pintan un frente o sacan un árbol. Confundo una esquina y doblo convencido de que es la calle de tu casa y  camino tres cuadras diciéndome debe ser en la próxima, cuando sé porque ya he ido, que era a veinte metros de la esquina, si esa hubiera sido la esquina correcta. Y lo más llamativo es que no me preocupa. Al contrario, como decía antes, me causa placer.
    Creo que lo que dije líneas arriba es para justificar mi incapacidad de ajustarme a ciertas normas debido a mi naturaleza indisciplinada, inútil para generar y respetar  planificación alguna. Inepta para seguir una ruta predeterminada que se proponga llegar a un punto concreto. O simplemente para comprender que para llegar a cualquier lugar que se desee llegar, se debe dar un paso detrás de otro, en el sentido correcto, en el momento justo. O al menos lo más correcto y lo más justo que se pueda.
    Tal vez debería intentar ser más pulcro, oler mejor, estructurar mi conducta a lo correcto, a lo que se debe hacer y no a lo que se quiere hacer.      Tal vez debería preguntarme seriamente sobre a dónde conduce el camino de mi vida e intentar hallar una respuesta. Tal vez.


La buena pipa

 Anodina y sempiterno: curiosamente escuché estas dos palabras varias veces esta semana, divorciadas y en contextos distintos, pero por algú...