viernes, 12 de diciembre de 2008

La mujer de mis sueños

La intuí una noche en la periferia de un sueño. Su imagen permaneció en mi memoria destellando fulgores cada tanto, como advirtiéndome que no debía olvidarla.
Entonces un día la oí llegar, golpear a mi puerta, desde hacía tanto tiempo vedada a la dicha. La vi apoyar un instante su bolso en el suelo, la vi sonreír y escuché su voz diciendo aquí estoy.
La hice pasar y nos abrazamos; no nos animábamos a hablar. En sus ojos pude percibir una tristeza antigua y familiar. Sin embargo estábamos alegres de sabernos, de tocarnos, de sentirnos cerca.
Sabía que te soñaría, me dijo, Sí, le dije, yo también sabía que eras vos la que destellaba en mis sueños, la que llamaba, la que quería venir.
¡Qué alegría que hayamos coincidido al fin!, dijimos a coro y nos reímos. .
Nos quedamos una eternidad mirándonos, sonriéndonos, acariciándonos las mejillas, al borde de las lágrimas, dichosos y en paz.
Inventamos un sexo dulce y sorprendentemente pacífico y otra eternidad permanecimos juntos, mirándonos, transpirados y en silencio.
Hasta que un día, sin poder dejar de sonreírnos y sin dejar de llorar, emocionados, nos dijimos adiós.
Lejos, muy lejos uno del otro, de repente, quedamos con las manos vacías, solos, escribiendo ella, escribiendo yo, sobre ese resplandor intuido una noche, en los alrededores de un sueño.
Nunca supe su nombre. O si lo supe, lo he olvidado. Era hermosa y de una ternura inmensa.

La buena pipa

 Anodina y sempiterno: curiosamente escuché estas dos palabras varias veces esta semana, divorciadas y en contextos distintos, pero por algú...