domingo, 27 de agosto de 2017

Pasaje de La Piedad


Los cuadernos del abuelo

Tras la muerte de mi abuelo, Felix Enrique Brausen Hernández, por circunstancias que no vienen al caso, me alojé un tiempo en la que fuera su casa. Durante mi estadía allí, descubrí entre sus pertenencias cuatro cuadernos con escritos de su puño y letra en los que dejó registradas algunas impresiones. Lo que a continuación podrán leer pertenece a uno de esos cuadernos, cuya fecha señala ser el más antiguo. A manera de homenaje, los iré trascribiendo de a poco.
Estoy seguro de que él aprobaría esta decisión.




Pasaje de La Piedad

Más de una vez he escuchado decir que en Buenos Aires hay una entrada a otra realidad. Quienes la visitaron aseguran haber presenciado cosas increíbles. Sin embargo cuando uno les reclama precisiones, se limitan a decir que es un sitio indescriptible y, para dar algo de crédito al disparate explican, con aire de autoridad, que no se trata de un Aleph como el de la calle Garay, ni de una entrada al infierno.

Aunque sabemos que durante años han existido en esta ciudad portales al averno, aclaran, y tal vez hoy sigan existiendo. No, dicen, no se trata de esas monstruosidades; pero sí es un lugar inenarrable, repiten, no sabemos si por comodidad sintáctica o simple impericia narrativa, o tal vez -como sostienen algunos-, callan intimidados por las amenazas que allí reciben para no revelar lo presenciado.

La cuestión es que están divididas las aguas –vio como somos los argentinos-: por un lado están los que creen y por otro los que no. Por las dudas, más allá de que síes y de que noes, todos evitamos hablar del asunto y mientras tanto, de tiempo en tiempo, alguien insinúa por lo bajo, haber sido testigo del prodigio.

No estoy seguro de que se trate precisamente de uno de estos fantásticos lugares el escenario donde a mí me tocó en suerte –o en desgracia sería preciso decir- presenciar el sucedido que a continuación voy a narrar, pero creo que fui espectador y víctima de ese tipo de circunstancias, que podríamos calificar para no exagerar, por lo menos de anormales; ese tipo de situaciones que a uno lo dejan lo suficientemente perplejo como para dudar por momentos de su propia cordura y en otros de las leyes de causa y efecto que se pregona sobre el modus operandi de la realidad, que viene a ser lo mismo en definitiva. Quiero decir: ¿qué es la locura si no un quiebre y una oposición dialéctica a las leyes de la naturaleza que se da por sentado como lógicas?

De todas maneras, salvo en estas páginas y porque tengo la certeza de que nadie que me conozca las leerá –por lo menos mientras yo viva-, también evito pronunciarme al respecto y en silencio guardo mi secreto.

Podría decir que descubrí el lugar una noche que vagaba sin rumbo. Pero lo cierto es que regresaba de comprar una curita después de que me cortara un dedo en un fallido intento por pelar una cebolla, y descubriera, sin sorprenderme, que carezco de cualquier elemento de primeros auxilios en mi botiquín. Bueno, en realidad carezco también de un espacio destinado a guardar ese tipo de cosas; en definitiva, carezco de botiquín.

El sitio está emplazado en el ciento cincuenta y tres del Pasaje de La Piedad y en realidad no sé que me movió a desviarme y entrar, pero lo cierto es que algo, que no puedo precisar, llamó mi atención y caminé media cuadra internándome en el pasaje y entré. Hacía poco que vivía por allí y cada salida la aprovechaba para indagar el nuevo barrio. La verdad es que el pasaje debería completar su nombre con la palabra “Ausente”, ya verán por qué, no quiero adelantarme.

Si todo, como en espiral, se cierne intrigante en esta ciudad –eso es lo que pensaba esa noche mientras me colocaba la curita y doblaba la esquina ingresando al pasaje- mucho, pero mucho más misteriosa es esta atracción que ejercen sus calles sobre mi rumbo a medianoche, obligándome, cada vez que salgo, a no regresar hasta la madrugada. Tal vez esto fuera una excusa para dejarme arrastrar hacia la mitad de la cuadra, donde la luz tenue de un farol solitario alegraba la oscuridad de la callecita e invitaba a acercarse y curiosear.

Se trataba de un teatrito subterráneo al que se accede bajando una estrecha escalerita de madera. Me llamó la atención que no hubiera nadie para recibirme y bajé el primer tramo de escalones alentado por los murmullos y las risas que oía subir a mi encuentro. Sigiloso y expectante, continué descendiendo creyendo que alguien se acercaría a recibirme y a reclamarme el pago de una entrada, pero no. Así que cuando estuve en la sala, que en lugar de butacas contaba con unas simpáticas mesitas redondas, enfrentando a un también simpático y no muy amplio escenario, me acomodé en la parte central de la salita, de espaldas a la barra y con buena vista, contra una baranda que señalaba un desnivel.

Tras un telón de terciopelo bordó asomaba el borde curvo del proscenio y como parecía que la función tardaría todavía en comenzar, me dediqué a observar a mis vecinos de mesa. A mi izquierda una parejita se hacía arrumacos y más allá, cerca del escenario, tres jóvenes miraban hacia atrás, riéndose, como burlándose de todo. A mi derecha un hombre sombrío bebía champaña a breves sorbos y ensimismado, mientras jugaba con un cigarrillo apagado en su mano izquierda y detrás de mí, acodados en la barra, dos hombres chocaban sus copas brindando con dos mujeres altas y no muy jóvenes que reían a carcajadas. Detrás de la barra, despachaban bebidas dos chicas muy lindas y jóvenes quienes bromeaban con los parroquianos cuando se acercaban a sus mesas a alcanzarles los pedidos.

El resto de los espectadores en su mayoría eran hombres solos y mujeres solas, que se lanzaban sugestivas miradas cada tanto y también cada tanto uno u otro, se acercaba a otra mesa acarreando su bebida y se acomodaba junto a ella o él y comenzaban a charlar. Reinaba un ambiente alegre.

Cuando se descorrió el telón, pude ver sorprendido que en el escenario se repetía la escena de abajo: las mismas mesitas, ocupadas por personas sumamente parecidas a las que estábamos en la sala, reproducían idénticas, las circunstancias. De pronto todos callaron, ante la inminencia del comienzo del espectáculo, supuse, y en ese momento, impresionado, comprendí que lo que veía era un espejo: sobre el escenario se reproducía lo de abajo, no sé bien mediante qué truco, dando la sensación de continuidad, de profundidad y disfrazando el reflejo plano y frío de una imagen especular.

Aún sorprendido y sin mirarlo, pude percibir que el hombre sombrío que bebía champaña me observaba y también me dí cuenta de que sonreía, burlándose de mí.

Un instante después mi imagen en el escenario se ponía de pie y acercándose al borde, comenzaba a declamar una lastimosa perorata.

Pude distinguir, no sin pudor, que sus palabras reflejaban mi situación e intentaban conmover al público. El muy hipócrita hacia una parodia de mis miserias y mis frustraciones. Luego lloraba ante la pérdida de un amor, se rasgaba las vestiduras ante el paso de los años, la soledad, la miseria, el olvido y todo ese racimo de sentimentalismos baratos, que a uno lo asaltan cuando está algo deprimido.

Llegado a un punto sin retorno, mi parodia especular, con un cúmulo de desgracias insoportables a cuesta, extraía un arma y la llevaba a su sien. Pero no se atrevía a disparar.

Entonces fue que ofreció el arma al público. Conmovidos y ya encariñados con el personaje, sucesivamente los presentes se negaban a recibir la pistola. Hasta que el hombre sombrío a mi derecha la reclamó. El artefacto gris plateado atravesó el aire hasta dejarse atrapar por la mano segura del hombre.

El disparo sonó amplificado por la acústica del teatrito y horrorizado pude verme rodar escenario abajo con el pecho ensangrentado.

Creo que atiné a irme, pero lo cierto es que no recuerdo nada más. Dicen que la bala no comprometió ningún órgano vital, pero que me va a llevar algún tiempo recuperarme.

Creen que me resistí a que me asalten cuando doblaba hacia el oscuro Pasaje de La Piedad. ¿Cómo explicarles lo que realmente sucedió?

Alguien me sacó la curita del dedo y a cambio me llenó de cables, vendas y tubos. La cama es reclinable y hoy me liberaron la mano derecha. Mandé pedir un cuaderno y una birome para mitigar el aburrimiento.



Hospital de Clìnicas, Bs. As., Octubre de 1985

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Realmente me pareció genial esta forma de tratar el tema, sobre todo endosándolo al abuelo.

Mis más sinceras felicitaciones y que continúes publicando los apuntes del 'abuelo'.

Agradezco además la atención de enviarlo a mi mail.

José Moyano Huergo.

Anónimo dijo...

[intercuento] [Oliverio Brausen] Pasaje de La Piedad
viernes, 24 de octubre de 2008, 03:48 am
De:
"nancy bossa"
Para Oliverio Brausen. ¡Excelente ¡ Es unos de los cuentos que he leido en este foro que mas me ha llegado. Tu abuelo tenía un lexico de altura, muy enriquecido para desarrolar un cuento que tiene los elementos o requisitos indispensables, que hacen sumamente agradable la lectura. Me sorprendió lo del espejo, y mas aun lo del arma; son los recursos mas impactantes y el desenlace estupendo. No conozco Buenos Aires, pero el paseo descriptivo, me llevó por esas calles. He leido tus creaciones, y creo que debo decirte ¡ de tal palo, tal astilla ¡
Nancy Bossa

Anónimo dijo...

De:
"Noe Cruz"

Para:

Genial. sencillamente genial. Me recuerda algunas leyendas mexicanas.
Saludos.

Anónimo dijo...

De:
"magraitr" Ver detalles del contacto
Para:
intercuento@yahoogroups.com

A veces encontramos escritos así que nos asombran. A mi me pasó con
mi padre que después de que este murió descubrí muchas cosas que
había hecho y escrito que nunca hablamos. La narración de tu abuelo
está muy bien hecha.

Mario Agrait

Anónimo dijo...

De:
"rosa mionis"
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Para:
intercuento@yahoogroups.com

Hola Enrique: Que bueno el escrito de tu abuelo. Una misteriosa Buenos Aires, recorrida por alguien que en parte es un desconocido para ti, o me equivoco?. Los abuelos han tenido una vida que nosotros desconocemos. Un abrazo Rosa

Anónimo dijo...

De:
"kira baleno"
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Para:
intercuento@yahoogroups.com

Enrique muy bueno. Realmente un maestro el abuelo de Oliverio. Si bien hay algún que otro pequeño error ortográfico me pareció excelente.

Saludos
Mariano

Anónimo dijo...

"C.Dolores Escudero"
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Para:
ADAMAR@yahoogroups.com

No sé, ni me importa, si es tuyo o de o de tu abuelo. Lo que si me importa e interesa es, ha sido su lectura.
Espero que sigas remitiéndonos esas anotaciones.

Gracias por la primera


C. Dolores


BLOG PERSONAL:
www.vaevictis. adamar.org

Anónimo dijo...

Tema: Re: Pasaje de La Piedad Dom Nov 02, 2008 6:10 pm Responder citando
Impresionante, buen tema, ha sido exquisito leer esto y me deja grabada muchas imágenes. Fuerte, duro, real, escrito con buenas impresiones que dejan al lector pensando en esa realidad.
No hay nada mejor que escribir, si, estoy de acuerdo en su final.


Un placer leer esto. Un abrazo.
_________________
Freya Hödar Nistal

Anónimo dijo...

Tema: Re: Pasaje de La Piedad Lun Nov 03, 2008 4:44 pm Responder citando
Fantàstico Kike, me gustò de principio a fin. Es un de esos relatos que marcan mi memoria. Gracias por compartirlo.

Saludos,
Mar

Anónimo dijo...

Tema: Re: Pasaje de La Piedad Lun Nov 03, 2008 5:19 pm Responder citando
Un gran gusto encontrar tus letras.


Me ha gustado el relato, realmente bien escrito e interesante.
Original, hermoso, como verás estoy sin palabras silent

Un abrazo.
_________________
"Carpe diem"
Karma de Fénix.

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