domingo, 3 de agosto de 2008

La ventana de Hércules

Vamos a suponer, que un hombre llamado Hércules Sosa, argentino, clase sesenta y cuatro -pongamos por caso-, de tez morena, de profesión indefinida, soltero, apesadumbrado en su manera de andar, silencioso, -poco comunicativo como suele decirse-, despierta una mañana cualquiera inquieto, desolado. Vamos a suponer que se apura a salir de la cama, -que se parece más a un catre-, se viste, toma mate, fuma, se vuelve a acostar –vestido-, enciende la radio.
Vamos a suponer ahora que un hombre con esas características y en ese estado, desea solo que pase pronto el día; vamos a suponer que solo tiene un recuerdo y que ese recuerdo lo motivó a despertar inquieto, desolado. Bien.
Ahora a este argentino de profesión indefinida, a este hombre de tez morena, vamos a sacarle un brazo –el izquierdo- y vamos a torcerle un poco la nariz –también para la izquierda, como ensañándonos con ese lado- y hundámosle la mirada, en una actitud sombría, casi desagradablemente antipática; pongámosle una chaqueta verde y tirémoslo en la cama y que fume, con la manga de su brazo ausente colgando, rozando el piso. Ahora prestémosle una ventana y pongámosla a su derecha y, mientras fuma, hagámoslo mirar por la ventana. Si, que mire, pero no lo dejemos ver. Así, bien, que mire pero que no vea; que parezca que mira por la ventana, pero que en realidad solo vea su recuerdo. Ahora obliguémoslo a que nos lo muestre, miremos nosotros, -curiosos despiadados-, por su ventana. Así, bien:
Veamos como despierta con el sol que asoma triste entre las nubes; miremos su rostro, es más joven –parece un niño-; veamos como su cuerpo –ágil y completo- se levanta del sucio lecho.
Miremos ahora a través de sus ojos que hambrientos de paz, vigilan el horizonte:
La niebla –humo frío- se suspende silenciosa sobre el mar y deja colar, por lo menos intenso de su espesura, algunos abatidos reflejos de sol acariciando el agua. Es una efímera sensación reconfortante la que le proporciona esta imagen, que desea compartir, -con su madre, por ejemplo; o con sus hermanos- entonces pronto, lo reconfortante -la sensación-, es sucedida por el abismo de la distancia; esta infernal y –por qué no- helada distancia.
Ese mínimo instante de encanto y ese próximo vértigo de nostalgia, se diluyen de pronto entre gritos –como agujas- desesperados y estruendo.-como truenos o como eructos, o como carcajadas, del Diablo-.
Y ya no hay tiempo para el placer; ni para la melancolía; ni siquiera para el dolor: sobrevivir, nada más importa ahora.
Entonces el caos -como la niebla sobre el mar- flota sobre Hércules; todo se mueve –incompresiblemente- todo tiembla. Ve salir despedidos varios cuerpos, matorrales, el cielo abajo, la tierra arriba, humo caliente, un silbido –como una aguja- que no cesa, cañonazos –como truenos, o como eructos, o como carcajadas, del Diablo-… todo se amontona ahora en su memoria; es un momento, -como un relámpago- pero que permanece molesto –como una aguja- en su cabeza; y que duele, de una manera extraña, duele sobre todo lo dolido; es un constante fluir de amargura, de rencor –sí de rencor, ¿por qué no?-…
Perdió su brazo en esa guerra y con él se fueron sus sueños, como si alguien lo hubiera obligado a arrojarlos lejos. Muy lejos...

Bien. Ahora que hemos husmeado en su sufrimiento; ahora que -generosamente- nos hemos compadecido de él, dejémoslo tranquilo, celebremos lo bien que nos va a nosotros, olvidémoslo pronto y sigamos cada cual en lo suyo. Bien. Muy bien.

La buena pipa

 Anodina y sempiterno: curiosamente escuché estas dos palabras varias veces esta semana, divorciadas y en contextos distintos, pero por algú...