viernes, 19 de septiembre de 2008

Elegía para un reencuentro

“Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.”
Jorge Luis Borges
Diálogo sobre un diálogo


No estábamos borrachos. Pero estábamos tristes. Y yo sabía que esa tristeza era muy importante para él y para mí; sabía que necesitábamos procesarla y de alguna manera, disfrutar de ese dolor; empaparnos en él y sentirnos protegidos por la desolación. Por eso no estábamos borrachos. Emborracharnos hubiera sido alejar la angustia, o esconderla.
Me preguntó si tenía algo de Eric Satie para escuchar y se tiró en el sillón, con los pies sobre el apoyabrazos y las manos entrelazadas en la nuca. Me gusta oír su música cuando estoy triste, me dijo, me lleva de paseo a mí y a mi tristeza; floto entre sus notas como mecido sobre un lecho de terciopelo.
!Qué poético!, le dije, ¿por què no lo escribís?. Para las cursilerías de este tenor estás vos, me contestó y se incorporó para encender un cigarrillo.
Habíamos llegado del cementerio; veníamos de enterrar a un amigo.
Podría haber sucedido que llegáramos a viejos los tres, arrastrando una amistad deshilachada de recuerdos, comenzó a decir de pronto lanzando por la nariz una caótica nube de humo.
Podría haber sucedido de haber vivido una vida prolija, siguió, una vida de doblar en cuatro todo lo rectangular o cuadrado; de pantalones con rayas perfectamente planchadas, una de esas vidas de saludos formales, de sonrisas hipócritas y traiciones siniestras.
Pero no. ¿Viste cómo son nuestros amigos? Se van temprano. Demasiado temprano, dijo y se quedó en silencio oyendo la música que nos envolvía, acariciándonos. Y me vino a la memoria algo que dijo el amigo despedido la última vez que estuvimos los tres juntos: siempre veo la espalda de la madrugada, había dicho; si, hace tiempo que no me despierto cuando ella asoma su rostro. Me acuesto persiguiéndola, como pisándole los talones, sin que ella ni siquiera me sospeche. Nos reímos. Los tres; ahora somos dos, me dije, y estamos muy tristes; y preferí no compartir este recuerdo.
Mis amigos viven fumando la pipa de la paz con la vida y le dicen que si a todo el amor, a todo el vino, a toda la poesía, pensé. Y a toda la tristeza.
Nuestros amigos viven en una bacanal eterna; ya no persiguen certezas mentirosas como horizontes; viven cayendo por el tobogán de la duda, sabiendo que abajo siempre hay unos brazos compinches para recibirlos, para quererlos, dijo él como continuando mis pensamientos.
Si, pensé yo en silencio, es verdad, nuestros amigos suelen sudar alegría; emanar aromas de hombres vivos, de hombres equivocados.
Ustedes, mis amigos, me enseñaron a desalambrar los campos de la imaginación, a dejar correr libres las ideas, sin otro propósito que el de jugar, dijo haciéndome señas para que le alcanzara el cenicero para apagar el pucho.
Si, pensé yo, es verdad, nos gusta jugar. Como yo ahora, por ejemplo: juego con las palabras y con tus ojos detrás de estas letras, haciéndolos ir y venir, nada más que por divertirme.
Mis amigos vuelan por el aire con sobredosis de vida y siempre están desafiando a la muerte, ya no sé si pensé yo o dijo él.
Se quedó dormido en el sillón, lo tapé con una frazada y volví a poner a Eric Satie. Descoché una botella de vino, traje dos copas y me senté a esperar a que despertara.
Nuestros amigos se van, dijo entre dormido, y nos dejan aquí sobreviviéndolos, traicionándolos…Si: porque sobrevivir a aquellos que queremos es siempre una deslealtad, pensé, tal vez la más difícil de sobrellevar y la más triste de confesarnos.
Yo también me dormí. Cuando desperté la botella estaba vacía y las copas con restos de vino eran tres. Seguía sonando música de Eric Satie y me sentía flotar entre sus notas, enternecido, desolado y feliz, como mecido sobre un lecho de terciopelo.

La buena pipa

 Anodina y sempiterno: curiosamente escuché estas dos palabras varias veces esta semana, divorciadas y en contextos distintos, pero por algú...