jueves, 24 de julio de 2008

Ejercicio de la estupidez

Nadie puede privarnos del derecho a ejercer la estupidez como nos plazca. Porque todos poseemos cierto grado de estupidez en mayor o en menor medida. En mi caso por ejemplo, empecé con poca, pero con los años y la experiencia la fui desarrollando y hoy en día ejerzo esta disciplina con maestría y autoridad.
Al principio había cuestiones en las que me costaba aplicarla. Por ejemplo en relación a mis amigos. Pero al final logré hacer buen uso de mi estupidez y ella me ayudó a perderlos, a lo largo de los años, a todos.
En el amor uno debe usar la estupidez con cautela y en pequeñas dosis, si es que quiere conservar la relación durante algún tiempo. Esto lo aprendí después de haber abusado de esta disciplina con una novia a la que yo quería mucho. Se me fue la mano y la espantó mi estupidez demasiado rápido. Una lástima, me hubiera gustado experimentar con ella un poco más. En el amor me costó pero aprendí; luego de varios intentos y de relaciones con mujeres que me superaban en este difícil arte; cosa que me fastidiaba mucho, claro. Tardé, pero aprendí.
Un consejo: en cuestiones de amor, para un correcto ejercicio de la estupidez, la mujer debe ser inteligente. Las mujeres inteligentes saben distinguir, repudiar y oponerse a nuestra estupidez con mucha más soltura y convicción que las mujeres poco inteligentes, volviendo mucho más emocionante y superadora nuestra práctica. Pero sucede algo curioso: las poco inteligentes, ven nuestros actos con ojos idiotas y no reconocen nuestro arte como tal; entonces se aterran y nos dejan. En cambio las mujeres inteligentes, registran enseguida nuestra estupidez como un ejercicio al que rechazan y desprecian, pero al que califican de esporádico y controlable; inofensivo en última instancia y frente al que se comportan tenaces y desafiantes, convencidas de su triunfo final; y nos terminan demostrando que son realmente maravillosas en su afanoso intento por domesticarnos. Claro que no es fácil ni placentero muchas veces.
Tal vez la pasión amorosa consista en eso. No sé.
Estos conceptos considero que son válidos también a la inversa. Quiero decir que pueden apropiarse de éstos aquellas mujeres que quieran o necesiten ejercer la estupidez en el amor.
Hay que tener en cuenta que esta disciplina nos pone en riesgo permanentemente. Quiero decir que cuanto más hacemos uso de ella, más nos acercamos a perder lo que más queremos, sea esto lo que sea, ya que este arte milenario se aplica a infinidad de contextos: personal, social, político, etc. Es casi una religión, a la que la humanidad ha acudido, masificándola con el correr de los siglos. Su progreso la ha complejizado y diversificado, muchas veces camuflada tras falsas máscaras modernas, como la televisión –paradigma universal-, seudos artes y sistemas de pensamiento.
A propósito, Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo, no incluye el término estupidez ni estúpido, pero nos da una brillante y oportuna definición de su sinónimo “Idiota”. Dice el gran Gringo Viejo de “Idiota”: Miembro de una vasta y poderosa tribu cuya influencia en los asuntos humanos ha sido siempre dominante. La actividad del idiota no se limita a ningún campo especial de pensamiento o acción, sino “que lo llena y lo regula todo”. Siempre tiene la última palabra; su decisión es inapelable. Establece las modas de opinión y el gusto, dicta los límites del lenguaje y fija las normas de la conducta” ¡Brillante; lo suyo era mucho mas que “puro dandismo intelectual”, como definió George Meredith al cinismo. Por otra parte no puedo omitir a Erasmo de Rótterdam y su Elogio de la estupidez. “En resumen, –le hace decir Erasmo a la Estupidez- sin mí no habría ningún tipo de sociedad ni relación humana agradable y firme. Sin mí el pueblo no soportaría por mucho tiempo a su gobernante, ni el amo al sirviente, la criada a la señora, el maestro al discípulo, el amigo al amigo, la mujer al marido, el propietario al inquilino, el camarada al camarada, el anfitrión al invitado. Indudablemente, no podrían tolerarse si recíprocamente no se engañaran, halagándose unas veces, consintiendo otras, y por último -digámoslo así- untándose con la miel de la estupidez.”
Salgo de mi pieza para bajar e ir al kiosco a comprar cigarrillos y en el pasillo me encuentro con la dueña de la pensión, que aprovecha para recordarme que le debo una semana de alquiler.
Regreso y veo el cenicero repleto de colillas y la triste luz de la lámpara -que dejé encendida- , tratando de apartar la niebla del humo concentrado -lográndolo a medias-; el ropero viejo y feo, -aparatoso- algo desvencijado; la ropa por el suelo, los libros apilados al costado de la cama; el cuaderno sobre la frazada a cuadros, -al que miro de reojo y en el que reconozco mi letra-; la birome, -tal vez el objeto más vital o más moderno, o más real, o más puro o alegre, de mi entorno- esperándome. Entonces penetro en un estado que dista mucho de mi inicial disposición irónica. Más se acerca a una tenue y tibia melancolía; ese estado transitorio “ …que va y viene con cada pequeña ocasión de pesar, necesidad, dolencia, turbación, temor, pena, pasión o perturbación de la mente…una de esas disposiciones melancólicas de las que Robert Burton –y lo comparto- asegura que “…no hay hombre viviente que se vea libre…nadie es tan estoico, ninguno es tan sabio, tan feliz, tan paciente, tan generoso, tan deiforme, tan divino que pueda decirse exento, por bien compuesto que esté, más o menos, en un momento u otro, siente su azote…”
Me siento en la cama y leo.
Ahora que he leíido lo escrito pienso, “no sé bien qué he querido decir con todo esto” y pronto me respondo, me justifico y me perdono, “y bueno –me digo- en ejercicio de nuestro don, los entupidos, rara vez somos claros..."

La buena pipa

 Anodina y sempiterno: curiosamente escuché estas dos palabras varias veces esta semana, divorciadas y en contextos distintos, pero por algú...