viernes, 6 de octubre de 2017

Bares 5



  
  No estoy tranquilo aquí. Es uno de esos bares con demasiada luz, donde da la impresión de que quieren que te vayas enseguida. Los empleados son inquietos y se mueven aunque no tengan nada que hacer;  te miran continuamente y si los mirás, acuden atentos; insoportables. Prefiero esos sitios donde quienes te deberían atender, te ignoran por completo. Allí encuentro paz y me hundo confiado en mis cosas, ya sea leer, fumar, escribir -muchas más cosas no hago-. Pero estos bares con pretensiones de gran eficiencia son distintos; ésta gente no pierde el tiempo; quizá deba ser así, pero prefiero respirar otra atmósfera, menos agresiva, menos petulante; más genuina, más humana; no sé.
     Recién entró una mujer a pedir limosna y no le di; sin mirarla a los ojos negué con la cabeza mientras escribo.
     Ahora uno de los empleados la saca de un brazo fuera del local. Alguien, que parece ser el gerente o algo por el estilo, pronuncia un nombre de varón y el muchacho desgarbado que echó a la vieja acude sumiso. Oigo que pide disculpas a su superior, está siendo reprendido por su descuido: permitir que la mujer llegue a una mesa a pedir una moneda e incomodar a un cliente.
     Tuve la oportunidad de dar aunque sea una moneda. ¿Está bien que niegue indiferente una moneda? ¿Está bien que una pobre vieja deba verse obligada a pedir limosna, sea por el motivo que fuere? ¿Hay derecho a echarla así, a los empujones disimulados? No sé,  mejor me voy.
   
    Al salir me conmovió mi ausencia vista desde afuera.
    Ver el sitio vacío donde hacía unos segundos había estado sentado; esa soledad, ese despojo, los restos de mi café, las monedas sobre la mesa, exiliadas del calor de mi bolsillo y algo de mí flotando alrededor, apenas perceptible, pero formidablemente parecido a mí, algo que sufría por mi partida.                    
    Ver mi sitio vacío solo segundos después de haberlo dejado, verlo a través del vidrio, con la madrugada fría sobre mis espaldas y el sabor a café en la boca; yo ya no estaba allí y si fuera otro hombre, pensé,  si hubiera pasado unos segundos antes, siendo otro hombre y mirara hacia adentro en ese instante, me hubiera visto al calor de una taza de café, pensando mi desconcierto, inmerso en el humo de un cigarrillo.
    También me hubiera gustado verme caminar esa madrugada desde adentro, con las manos en los bolsillos de la campera, pensando en mi ausencia vista desde afuera, como quien piensa en un ser querido a la distancia.
   De alguna manera sigo estando allí, pensé, tomando un café interminable, fumándome una esquina de Buenos Aires que se multiplica hasta el infinito, pero al mismo tiempo soy el que camina buscando un lugar donde encontrarse; el que camina mirando a través del vidrio sufriendo por su propia ausencia. Me alegro de que mi ausencia se parezca tanto a mí.
    Era la hora en que los gatos husmean libremente las bolsas de basura y esos seres sombríos nos apoderamos de las calles solitarias aprovechando la ausencia de las miles de piernas  de los oficinistas que horas más tarde, invadirán ese territorio ahora desierto. La ciudad vacía es otra ciudad, pensé al mirar hacia delante y ver ante mis ojos la desolación húmeda de Buenos Aires a las tres de la mañana.
   

No hay comentarios:

La buena pipa

 Anodina y sempiterno: curiosamente escuché estas dos palabras varias veces esta semana, divorciadas y en contextos distintos, pero por algú...