Hace frío, tengo hambre, estoy solo. Soy un ser bastante insignificante, sucio, y feo, no merezco tu mirada ni tu compasión, ni siquiera tu indiferencia. Ensucio tu paisaje, lo sé, comprendo tu desprecio. Deberías alertar a las autoridades, porque los muchachos no recogieron la basura hoy.
Te cruzaste conmigo y busqué tus ojos. Te llevé
conmigo y te desnudé antes de que te dieras cuenta. Te vi desnuda sobre mi cama, hermosa morena
de piernas largas y piel sedosa. Tu sonrisa, tus labios, tus pechos erguidos,
la temperatura de tu cuerpo, esa
tibieza, tu humedad que me cobija. Tu media voz, la media luz, tus medias sobre
las mías. Y fui todo felicidad. Ya no sentí frío, no tuve hambre, solo tu
placer envuelto en el mío. Vos desnuda a mi lado, recorriendo mi cuerpo con tus
dedos de algodón, con tu lengua tibia, sedienta de mí. Sí, cuando te crucé y me
despreciaste, supe que me llevarías contigo.
Quiero
hablar de tu sonrisa, de tus ojos huidizos y reconfortantes, de tu voz, de tus
manos y de tu caminar…
Pero no
quiero hablar de tu partida o de la mía. No quiero hablar de tu olvido o del
mío.
Quiero
hablar para tenerte de nuevo; para hacerte cruzar otra vez en mi camino y ver
si puedo seguirte. A ver si puedo quedarme.
Libertad,
independencia, democracia, derechos humanos; las palabras cobran sentido solo
en el contorno de tu sonrisa; me libero en el vértigo de tu mirada audaz y
provocadora; mi independencia son tus caricias y mi democracia tu presencia.
Mis derechos humanos empiezan por tenerte.
Y más
allá, el vacío hostil y narcótico de la realidad: ese estado de cosas
incompresibles ante el que nos convertimos en extraños hasta para nosotros
mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario